viernes, 25 de marzo de 2016

EL NEGOCIO DE TODA UNA VIDA

EL NEGOCIO DE TODA UNA VIDA






     León Tolstói contaba la historia de Paholk, un granjero ruso que había oído hablar de una tribu que poseía una gran cantidad de tierras junto a los montes Urales. Los baskires eran gente generosa, pronta a vender sus propiedades por casi nada. Por eso, Paholk decidió hacer negocios con ellos antes que recuperasen en sentido común.
     Después de viajar a su aldea, Paholk se reunió con su jefe.
     -Un pedazo de terreno cuesta mil rublos - dijo el jefe.
     -¿Pero cómo es de grande ese pedazo? - preguntó Paholk.
     -No importa.. Siempre tiene el mismo precio - le dijo -. Por mil rublos puedes poseer todo cuanto alcances andar en un día.
     Paholk no podía creer lo que oía. Al fin su sueño de riqueza se haría realidad.
    Todo lo que tenía que hacer era empezar a andar cuando saliese el sol, dar una vuelta alrededor de la tierra que quería, dejando un mojón de vez en cuando, y regresar al punto de partida antes de la puesta.
     -Pero- advirtió el jefe - si no vuelves a tiempo, perderás el dinero y la tierra.
     -No hay problema - dijo Paholk.
     Así que, al día siguiente, al alba, Paholk empezó a andar por la rica tierra que pronto sería suya. Cuidadosamente, iba clavando estacas alrededor de la tierra que haría de él el hombre más feliz de toda Rusia. A cada paso veía como crecía su riqueza.
     Adquirir cosas nuevas es divertido. Pero, cuando nos volvemos avariciosos perdemos la capacidad de estar satisfechos.
     No sigas buscando más cosas que te hagan feliz. Aprende a apreciar lo que ya tienes. 
     Paholk vio que el sol todavía estaba muy arriba en el cielo. Sabía que debería empezar a dirigirse al punto de partida. Pero detestaba regresar tan pronto.
     -Avanzaré un poco más y subiré a esa pequeña colina - se dijo.
     Pero, tan pronto como alcanzó ese punto, vio un hermosísimo arroyo a unos cien pasos más allá. No podía dejarlo afuera. Por eso avanzó un poco más para añadirlo a su reclamación.
     Tomó la cantimplora y echo atrás la cabeza para beber otra vez. Pero se había quedado sin agua. No había planeado que fuese a hacer tanto calor.
     -Debo regresar- dijo-. Tendré que conformarme con lo que ya tengo.
     Pero cuando iba a regresar, se desvió a la derecha y clavó otra estaca junto a un espeso bosque que le daría muchos troncos para la nueva casa que se iba a construir. Comprobó la posición del sol. El pánico se apoderó de él. El sol estaba a punto de ponerse y le  quedaba mucho camino por recorrer antes de que se agotara el plazo. 
     Arrojó el hacha y el resto de las estacas y apretó el paso. Estaba cansado. Ojalá no se hubiese fijado en el arroyo y el bosque. Si no se daba prisa, lo perdería todo.
     A grandes zancadas, Paholk corrió de regreso. Los aldeanos lo vitorearon. Con su último aliento, se arrojó a la línea de llegada y cayó en el suelo. Muerto.
     La historia  acaba con esta frase: "Cavaron una tumba que medía solo dos  metros de largo desde la cabeza a los talones. Así pues, ¿cuánta tierra necesita un hombre?"
     La avaricia es esclavizadora. Nos impide conformarnos con lo que tenemos y nos obliga a hacer cosas que normalmente no haríamos. Nunca está satisfecha.
     No pienses en las cosas como la respuesta a la felicidad. Encuentra placer en la amistad con Jesús y, tengas mucho o poco, serás feliz.

Extraído de: "El viaje increíble" - Págs. 186, 187 - Editorial ACES

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