CUIDA TU MENTE
"La apariencia no es garantía de fortaleza interior. La naturaleza lo demuestra." Marta R. Bina Estrada

Cuando la atmósfera está especialmente agobiante luego de un día de calor, se producen tormentas de verano que se caracterizan por lo torrencial de las precipitaciones resultantes. En ese caso la gente de la zona disfruta no sólo de la frescura del ambiente, sino también del olor de la tierra, los pastos mojados y el espectáculo que ofrecen las plantas refrescadas. Sucede a veces que esas tormentas vienen acompañadas por un viento huracanado que a menudo ocasiona trastornos. Eso es precisamente lo que ocurrió en el lugar donde vivo.
Delante de nuestra casa teníamos un lindo jardín con césped, flores y tres magníficos pinos que se erguían cual mudos custodios del hogar. Uno de ellos siempre pareció más esbelto y majestuoso que los otros; era como un símbolo viviente de la fuerza y el poder. Pensábamos que nunca nada podría doblegarlo. Tal era el aspecto de su tronco esbelto y sus frondosas ramas proyectándose hacia el cielo.
Cierto día experimentamos una jornada particularmente calurosa luego de otras igualmente sofocantes. Día tras día habíamos estado regando generosamente el jardín, pero la tierra sedienta absorbía el agua y, como resultado, las pobres plantas amenazaban sucumbir bajo el ardiente sol y la sequía. Al atardecer miramos esperanzados cómo las nubes se iban uniendo a los lejos presagiando el advenimiento de la lluvia ansiosamente esperada.
Pasada la medianoche nos fuimos a dormir sin que las preciadas gotas comenzaran a precipitarse . Al acercarse la madrugada, las primeras ráfagas y los truenos cada vez más cercanos y frecuentes nos despertaron. ¡Qué alivio, pronto refrescaría! Gruesas gotas comenzaron a caer sobre el techo; a nuestros oídos, más que ruido parecía música. La alegría nos duró poco: casi al mismo tiempo que dábamos la bienvenida al agua, el vendaval se convirtió en un terrible huracán (después nos enteramos de que había sido el extremo de un tornado).
Las puertas y ventanas se estremecían; parecía que en cualquier momento se abrirían estrepitosamente como consecuencia del poder demoledor que tiene el viento. De pronto, un estruendo indescriptible. Se cortó la luz, desde luego. No podíamos hacer nada, tan sólo orar y esperar. La mañana descubrió ante nuestros ojos un espectáculo desolador de cables y ramas caídas. Y allí estaba también caído el majestuoso pino, como un gigante abatido, derribado, quebrado cual brizna de paja. ¿Qué había sucedido? El interior de su tronco estaba prácticamente hueco, carcomido por miles de pequeños gusanos que lo habían debilitado. Miles de "cosas pequeñas" lo habían destruido interiormente minando su resistencia.
A los seres humanos, a los cuales el salmista compara con árboles, nos puede pasar que restemos importancia a ciertas "cosas pequeñas", aparentemente intrascendentes, como por ejemplo una mentirita, un poco de envidia, un mal comentario hecho como al pasar, algo de amargura o de rencor; gusanos invisibles. Aunque parezca baladí, si dejamos que estos invasores penetren nuestra mente, se arraiguen y cobren fuerza, nos debilitarán de tal manera que fatalmente caeremos, aunque exteriormente parezcamos imponentes, y nosotros mismos pensemos que somos fuertes.
Nuestro pino quedó en el suelo. Felizmente sus raíces estaban intactas. Habiéndolo amado, nos pusimos manos a la obra con el propósito de sacar de nuestro querido pino todo lo que estaba dañado. Al cuidarlo con amor, reverdeció, y ahora está en proceso de crecimiento.
Dios tiene el poder de sacar todo lo malo que hay en nosotros. La maravilla está en que puede hacer esa obra antes que caigamos. Pero, si con todo tenemos la desgracia de caer, si somos dóciles -como el pino de la historia- podemos ser restaurados y reverdecer. "Cuida tu mente más que nada en el mundo".
Extraído de REVISTA ADVENTISTA - Agosto 1999. Pág. 8
Marta R. Bina Estrada titular de la cátedra de Pediatría en la Facultad de Ciencias de la Salud de la UAP y pediatra en el Sanatorio Adventista del Plata.
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