Conozcamos más a Dios
Carlos A. Steger
Desde la Creación, el gran deseo de Dios fue tener compañerismo con los seres humanos y que estos puedan conocerlo cada vez más. El conocimiento de Dios vale más que los holocaustos (Oseas 6:6). Cristo dijo que la vida eterna consiste en conocer al único Dios verdadero (San Juan 17:3). Como el profeta Oseas, deberíamos proponernos que "conoceremos y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3).
Necesitamos saber claramente a quién adoramos y obedecemos, a quién dirigimos nuestras oraciones, en quién creemos y confiamos cada día.
Pero, la mente humana por sí sola nunca podrá obtener ese conocimiento; los mayores esfuerzos racionales para buscar a Dios son comparables a los de un ciego que palpa a tientas para encontrar y conocer las nubes. (Ver Hechos 17:27).
La Deidad está por encima de la capacidad humana de comprensión. El Ser infinito nunca podrá ser abarcado plenamente por la mente finita de los seres creados; menos aún por los que estamos excluidos de su presencia debido al pecado.
El apóstol Pablo nos anima a "conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo" (Colosenses 2:2). Pero, si Dios es un misterio, ¿cómo podremos conocerlo? En el Nuevo Testamento, la palabra "misterio" se refiere a lo que la mente humana no puede saber sin la ayuda divina; solo puede conocerse porque Dios lo revela. Ese "misterio que había estado oculto desde los siglos y edades [...] ahora ha sido manifestado a sus santos" (Colosenses 1:26; ver también Romanos 16:25,26).
Antes de la entrada del pecado, Dios se deleitaba en comunicarse directamente con sus hijos. Pero, desde la Caída, solamente podemos conocer a Dios porque él mismo, en su misericordia, se ha revelado por medio de las Escrituras y de Jesucristo. Esa revelación ha sido progresiva, a medida que los profetas y los apóstoles fueron recibiendo nuevas vislumbres de la Deidad. El Señor no reveló todo lo que hubiéramos querido saber, sino lo que necesitamos conocer para ser salvos; y eso nos basta.
Dios es un misterio revelado, pero no explicado. Aunque no lo entendamos plenamente, aceptamos por fe lo que nos ha revelado de sí mismo. Hay muchas verdades científicas que no podemos explicar ni comprender en su totalidad, pero las aceptamos como verdaderas. Nuestra falta de comprensión no afecta su veracidad. Lo mismo ocurre con nuestro conocimiento de Dios.
Nuestra mente no puede explicar a Dios. ¿Cómo puede él ser omnipresente, al estar en todas partes al mismo tiempo? Y su eternidad, ¿no nos deja anonadados al remontarnos hacia el pasado infinito, siendo que Dios nunca tuvo un comienzo? ¿Quién puede entender cómo Dios puede conocer perfectamente el futuro?
No podemos explicar esos y otros aspectos de la naturaleza de Dios, pero los aceptamos como verdaderos porque él los ha revelado en su Palabra. La Biblia también expresa claramente que hay un solo Dios; pero, al mismo tiempo, atribuye la naturaleza divina a tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un Dios constituido por tres Personas. No son tres dioses; tampoco es una sola persona. Es un Dios en tres Personas. ¿Difícil de entender racionalmente? Sin duda. Pero así lo afirma la Biblia, y lo aceptamos porque Dios lo ha revelado. Su veracidad depende de la Palabra de Dios, no de nuestra capacidad para entenderlo o explicarlo.
La fe nunca debería estar subordinada a la razón, sino que la razón debe ser guiada por la fe. Al tratar de conocer a Dios, haríamos bien en imitar a Anselmo, que escribió: "No busco entender para creer, sino que creo para entender" ("Anselmo" en Enciclopedia Universal Ilustrada{Madrid: Espasa-Calpe, 1958} t5, p.716).
Moisés se acercó a la zarza ardiente motivado por una curiosidad intelectual; deseaba entender por qué causa la zarza no se consumía (Éxodo 3:3). Pero en cuanto percibió que estaba ante la presencia de Dios, su interés por explicar lo inexplicable se transformó en una actitud sumisa, reverente y humilde, deseosa de servir a Dios. Cuando anhelamos conocer a Dios con la misma disposición que Moisés, las dificultades racionales llegan a ser irrelevantes a medida que por experiencia propia entramos en comunión con nuestro Creador, Redentor y Sustentador. El único conocimiento válido de Dios va más allá de lo intelectual: es vivencial.
Nuestra mayor aspiración debería ser relacionarnos con Dios de tal manera que nuestro conocimiento de su carácter se acreciente así como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Proverbios 4:18). Y que, al conocerlo, nuestras vidas sean transformadas a su imagen. "Así dijo Jehová: No se alaba el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alaba el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová" (Jeremías 9:23,24).
Carlos A. Steger es licenciado en teología.
(Extraído de Revista Adventista, Asociación Casa Editora Sudamericana, Marzo 2007, pp. 2,3)
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