Jóvenes
¿El fin de los valientes?
¿El fin de los valientes?
Marcos Blanco
Una de las características de la posmodernidad, dicen los entendidos, es el fin de las grandes gestas, las grandes hazañas; el fin de los grandes ideales. La nueva generación, afirman los sociólogos, carece de motivaciones para "cambiar el mundo", "ir hacia lo desconocido", "gestar grandes hazañas" o "aventurarse a nuevos horizontes". Pareciera que los grandes héroes han caído en desuso; son una especie en extinción.
Nuestra iglesia, que fue forjada por un grupo de valientes jóvenes que se atrevieron a seguir el llamado de Dios a toda costa, ¿está siendo afectada por esta carencia de ideales, esta falta de sentido, que caracteriza a la sociedad actual?
El último de los grandes valientes
Desmond Doss fue enrolado en el Ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Pero decidió negarse a portar armas. Él creía que portar armas transgrede el sexto Mandamiento que ordena: "No matarás" (Éxodo 20:13).
Antes de la guerra, Doss trabajaba en los astilleros de Newport News y, puesto que era una industria vital para la guerra, no fue llamado a filas cuando la guerra comenzó, pero el ataque de Pearl Harbor hizo que se presentara en el Ejército. Sin embargo, había un conflicto: la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha aconsejado a sus fieles, históricamente, que no sean combatientes. Finalmente, encontró la solución, alistándose como "objetor de conciencia".
En 1942, con 23 años, Doss entró en servicio como médico en la 77ma. División de Infantería. Su "religiosidad" (por ejemplo, no trabajar los sábados) le trajo algún que otro problema con los compañeros de Unidad, que incluso llegaron a amenazar con matarlo en el primer combate que estuvieran, si se negaba a disparar. Dicen que, en aquella época, su mayor consuelo era la lectura de una Biblia de bolsillo que le había regalado Dorothy (su prometida y después esposa).
En julio de 1944, en el desembarco sobre la isla de Guam, muchos de los que antes lo habían amenazado, se alegraron al verlo aparecer para atender sus heridas. En la batalla de Leyte, en octubre de 1944, más respetado por la Unidad, vieron cómo un francotirador encañonaba a Doss mientras se dirigía a atender a los heridos que previamente habían caído por los disparos. No podían atacar al tirador; porque el propio Doss les tapaba la línea de visión. El japonés apuntó pero no disparó. Tras la captura al tirador japonés de Leyte, le preguntaron por qué no había disparado a Doss. Respondió que no podía disparar a un hombre que estaba orando (llevaba la Biblia de Dorothy en el mano). Al parecer, esto era habitual en Doss: iba de una lado hacia otro susurrando oraciones.
Fue en la batalla de Okinawa donde el valor de Doss se enfrentó a la prueba más dura. El 5 de mayo de 1945, los japoneses lanzaron un contraataque, y sorprendieron a la compañía B desprotegida. Setenta y cinco hombres cayeron heridos en la primera acometida. Durante cinco horas, el resto de la Compañía, más aquellos heridos que aún podían disparar; mantuvieron su posición en lo alto del acantilado de Maeda. Desmond Doss fue llevando uno a uno todos los soldados heridos a la base del acantilado, a través de una endeble escalera de madera y una cuerda. Nadie sabe con seguridad a cuántos soldados evacuó Doss. Sus compañeros dicen que salvó cien vidas, aunque Doss mencionó que fueron algunas menos. El propio Doss recibió varias heridas en aquella acción y fue llevado a un hospital fuera de la isla. Allí se dio cuenta de que había perdido la Biblia que su prometida le regalara. Días más tarde, el batalló entero rastreó la zona del acantilado, encontraron la Biblia y se la enviaron por correo.
Al terminar la guerra el 12 de octubre de 1945, aún sin recuperarse de sus heridas, el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, le otorgó la Medalla de Honor del Congreso por sus actos en Okinawa donde, según la mención de la medalla, participó más allá del deber en la salvación de más de 75 soldados heridos. Fue la primera y única medalla de este estilo entregada a un soldado no combatiente durante la Segunda Guerra Mundial.
El 26 de marzo de 2006, Desmond T. Doss falleció en la comunidad montañosa de Rising Fawn, donde vivía con Dorothy, que le había regalado la Biblia que llevó a la batalla de Okinawa.
Tomando la posta
Hay quienes piensan que Desmond Doss fue el último de los grandes valientes adventistas. Es posible que, en la actualidad, no seamos testigos de un ejemplo tal de valentía, coraje y servicio en medio de la guerra. Pero sí, podemos encontrar a jóvenes adventistas, de nuestras propias tierras, que están tomando la posta, recibiendo el legado de nuestros pioneros, y se atreven a ir a lugares inhóspitos y peligrosos a fin de proclamar las buenas nuevas, y servir y sanar a los sufrientes. También hay jóvenes que, al desempeñarse fielmente en su profesión y lugar de trabajo, demuestran ser depositarios de esta antorcha encendida por los primeros jóvenes adventistas.
La llama continúa encendida; solo falta que te atrevas a tomar la antorcha. Dios puede hacer de ti, joven, un poderoso instrumento en la predicación del evangelio y el servicio a los demás. ¿Te atreverás a tomar la posta?.
Desmond T. Doss recibiendo la Medalla de Honor del Congreso de manos del presidente de Estados Unidos Harry Truman.
Marcos Blanco. Licenciado en teología.
(Extraído de Revista Adventista, Asociación Casa Editora Sudamericana, Mayo 2007, pp. 6-9)
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